La traducción genera ríos de tinta, no solo por el inmenso volumen de textos que se traducen diariamente, sino también por el número de reflexiones que se dan en torno a la actividad de traducir.
¿Qué se espera de un traductor?
Actualmente la traducción se mueve en un terreno descriptivo. Si bien tradicionalmente se ha reflexionado sobre la manera de traducir correctamente, distinguiendo traducciones correctas y erradas, hoy día se estudia la traducción como proceso. Por este motivo, a la hora de enfrentarse a un texto, traducir no es elegir entre lo que está bien y lo que está mal, sino hacerlo entre un número indeterminado de opciones en función de quién sea el receptor de la traducción. Para poder elegir entre distintas opciones de traducción es necesario desarrollar una competencia traductora. Esta competencia capacita a un traductor, que tiene que demostrar una serie de habilidades y conocimientos: estratégicos (saber tomar decisiones), instrumentales (saber cómo documentarse), enciclopédicos (iniciarse en temas a los que en principio es ajeno) y, por supuesto, lingüísticos (dominar la lengua desde la que se traduce y hacia la que se traduce).
El cliente que encarga una traducción espera la máxima calidad lingüística para el texto por el que paga. En efecto, una muy buena competencia lingüística es la base de la formación y la experiencia de un traductor. Al respecto, existe una circunstancia que hay que subrayar: no es lo mismo traducir hacia la lengua materna que hacia la lengua extranjera. Por este motivo, los traductores hacen una distinción en sus lenguas de trabajo: la lengua A es la lengua materna, y las lenguas B y C son respectivamente la primera y la segunda lengua extranjera. En la lengua A la competencia lingüística tiene que ser muy buena, y para las otras dos suele diferenciarse entre la comprensión (traducción directa) y la producción lingüística (traducción inversa). Este último caso consiste en traducir hacia la lengua extrajera, que nunca será igual que hacerlo hacia la lengua materna.
Existe debate al respecto, pues hay quien opina que un traductor no debe traducir hacia una lengua extranjera. Esta visión ideal no se da en la realidad: existe el mercado de la traducción inversa. Quienes traducen hacia una lengua extranjera son conscientes de que para este caso el nivel de competencia lingüística no puede ser el mismo: con distintos grados, se espera una calidad lingüística aceptable, y que se ajuste al encargo de traducción. Esto implica priorizar unos encargos frente a otros: la traducción de un libro de recetas de cocina, por ejemplo, puede ser perfectamente asumible para un traductor no nativo, mientras que un best-seller literario estará en mejores manos si lo traduce un nativo.
La corrección automática a su servicio
Cabe preguntarse entonces cómo puede alcanzarse un nivel de calidad lingüística aceptable en traducción inversa. De por sí las traducciones, independientemente de que sean directas o inversas, requieren revisiones que tengan que ver con su calidad lingüística. Esta necesidad es evidentemente mayor para el segundo caso. La situación ideal es que un revisor nativo corrija la traducción que hace un no nativo. Sin embargo, no siempre es así: los plazos y el entorno de trabajo del traductor obligan a alcanzar un nivel aceptable de corrección lingüística sin la ayuda de un corrector humano.
Por este motivo, las tecnologías de corrección automática son de enorme ayuda en este tipo de situaciones. Aceptando la premisa de que un corrector humano es insustituible frente a la tecnología, los correctores automáticos que tienen un avanzado nivel de procesamiento pueden sumarse al propio conocimiento de la lengua extrajera que tiene un traductor para abordar un encargo de traducción inversa.
STILUS, el corrector automático que desarrolla Daedalus, puede ser una herramienta útil para la fase final de una traducción. Veamos algunas de sus características de las que podría beneficiarse un traductor:
– Revisión ortográfica no solo de palabras de la lengua general, sino también especializada, además de nombres propios.
– Revisión gramatical para detectar errores de sintaxis, como por ejemplo los relativos a concordancias o colocaciones preposiciones.
– Revisión de estilo para detectar frases largas o léxico impropio, como por ejemplo extranjerismos que pueden evitarse, falsos amigos o calcos morfosintácticos.
Si se dedica profesionalmente a la traducción, le invitamos a probar el corrector STILUS en el que trabaja diariamente Daedalus.